Ya sabíamos que iba a ser "crudo" por las mesas que teníamos reservadas pero fue peor de lo que pensábamos.
Todo empezó a las 9.15 de la mañana, hora en que comienza mi jornada laboral. Lo de siempre: preparar todo lo necesario para el servicio hasta las 11.30h, hora en la que como, y poco después fregar lo que queda y abrir las puertas esperando a mis amados clientes.
Al mediodía, uno de los comedores estaba al completo y una de las mesas era ocupada por unos clientes, conocidos y que son la mar de simpáticos (eso siempre alegra el trabajo). Lo que sucede es que su costumbre es la de marcharse tarde, pero que muy tarde y si es domingo, que por la noche no trabajo, no me importa quedarme hasta las tantas, pero si además, a las 8 de la noche ya se vuelven a abrir las puertas a la clientela, entonces acabar pasadas las 6 es un verdadero engorro. Y así fue.
Como que ir a casa, prepararme la cena, ducharme, fregar los platos y volver es una tontería (ya que acabo sacando el hígado por la boca) le pedí a mi jefe si podía quedarme en el restaurante a cenar (cosa que ya he hecho alguna vez) y a él no le importó. Con lo cual, rauda y veloz, me pegué una ducha en mi casa (no seáis mal pensados) ya que después del tute del mediodía es necesaria porque si no, por la noche, los clientes caerían desmayados con el aroma de "Eau de sobaquillo". Volví al restaurante, cené y empezamos a montar el comedor para la mesa de 16 personas que teníamos reservada a las 21h. Tenéis que saber que en el restaurante caben 18 comensales porque es muy pequeñito, con lo cual tuvimos que traspasar mesas de un comedor a otro para montar una mesa entera, en la que una vez sentados ni Dios los haría mover porque está todo calculado milimétricamente (las mesas hacen casi 1m x 1m) aunque los clientes ya sabían a lo que se enfrentaban.
Como que ir a casa, prepararme la cena, ducharme, fregar los platos y volver es una tontería (ya que acabo sacando el hígado por la boca) le pedí a mi jefe si podía quedarme en el restaurante a cenar (cosa que ya he hecho alguna vez) y a él no le importó. Con lo cual, rauda y veloz, me pegué una ducha en mi casa (no seáis mal pensados) ya que después del tute del mediodía es necesaria porque si no, por la noche, los clientes caerían desmayados con el aroma de "Eau de sobaquillo". Volví al restaurante, cené y empezamos a montar el comedor para la mesa de 16 personas que teníamos reservada a las 21h. Tenéis que saber que en el restaurante caben 18 comensales porque es muy pequeñito, con lo cual tuvimos que traspasar mesas de un comedor a otro para montar una mesa entera, en la que una vez sentados ni Dios los haría mover porque está todo calculado milimétricamente (las mesas hacen casi 1m x 1m) aunque los clientes ya sabían a lo que se enfrentaban.
Llegan las 8 de la tarde y, mientras, vamos preparando aperitivos, pan recién horneado, postres en las neveras y petits fours para el café. El tiempo pasa (recordar que la mesa estaba reservada a las 21h) y a las 21.15h llega una de las parejas (la más conocida) y nos comenta que todos habían quedado para llegar entre las 21h - 21.15h con lo cual nos quedamos un poco más tranquilos. Pero continúa pasando el tiempo, durante el cual empiezan a venir parejas en cuentagotas.Y el tiempo sigue su curso: ¡QUÉ BONITO ES TRABAJAR EN UN RESTAURANTE! Y llega la última pareja a las 22.20h: 1HORA 20 MINUTOS MÁS TARDE DE LA HORA PREVISTA. Y entonces, cuento las personas y faltan 3 ¿DÓNDE ESTÁN? me pregunto. "¡Ah, es que no vienen!" me contestan el resto de comensales: de nuevo....¡QUÉ BONITO ES TRABAJAR EN UN RESTAURANTE! Vuelve a mover mesas de 1m x 1m ya que no son necesarias y serían un incordio tanto para ellos como para mi trabajo: ¡la cara de mi jefe es un poema!
Ahora, que parece todo en orden, empieza mi trabajo: intenta tomar nota de 13 personas que no te hacen ni caso porque tienen muchas cosas que contarse entre ellos. Con lo cual, yo, con los nervios de punta, intento mantener la calma y continuar manteniendo la sonrisa en los labios, cuando lo que querrías decirles es que llevas desde las 9.15 de la mañana en ese lugar y que quieres meterte en la cama para poder volver el domingo al trabajo. Y al final, consigues de una forma muy educada (ante todo mucha calma y educación) que te miren y que se den cuenta de que, aunque mantienes esa sonrisa, mis ojos se han convertido en dos lanzallamas a punto de ser disparados.
Y así comienza un espectáculo que tiene una duración mínima de 2 horas... si todo va bien. Pero con una mesa tan grande, ese tiempo es ridículo. Y así pasan las horas hasta que a las 2 de la madrugada te piden la cuenta (¿os acordáis de que llevo desde las 9.15h en el restaurante?) y piensas: ¡BIIIIIIIEEEEEENNN, YA SE VAN! Pero, pero, pero ¿cómo se paga una cuenta de 13 personas? Dividiendo el total entre 13 y pagando cada pareja lo suyo (eso en el caso más sencillo). Pero en este sábado ¿puede haber algo tan sencillo?¡NOOOOOO! Este sábado, una de las parejas quiere pagar la bebida, con lo cual tienen que restar del total el importe de la misma y con lo que queda hacer la división (ya no hablemos del 8% del IVA que va aparte, que nos volvemos locos). ¿Fácil? Síííí… si no fuera por las 6 botellas de vino que se han bebido, las 3 de cava y que ya son más de las 2 de la madrugada.
De calculadora, todos con los móviles en la mano, otros haciendo divisiones en un papelito (recordad: 6 de vino, 3 de cava y las 2 de la madrugada). Mi jefe y yo estamos apoyados en la barra, que es la que nos mantiene en pie (porque si la quitan nos caemos al suelo del cansancio) y rezamos para que venga Einstein del cielo y les solucione la ecuación de quinto grado que se llama CUENTA. Pagan, se levantan, les doy los abrigos a cada uno y que ahora pesan 40 Kg. (a las 21h eran más ligeros...¿Qué ha pasado?) y salen por la puerta.
De calculadora, todos con los móviles en la mano, otros haciendo divisiones en un papelito (recordad: 6 de vino, 3 de cava y las 2 de la madrugada). Mi jefe y yo estamos apoyados en la barra, que es la que nos mantiene en pie (porque si la quitan nos caemos al suelo del cansancio) y rezamos para que venga Einstein del cielo y les solucione la ecuación de quinto grado que se llama CUENTA. Pagan, se levantan, les doy los abrigos a cada uno y que ahora pesan 40 Kg. (a las 21h eran más ligeros...¿Qué ha pasado?) y salen por la puerta.
¡SÍÍÍÍ! ¡YA ESTAMOS SOLITOS! Y entro en el comedor y veo una mesa más larga que la del anuncio de Pronto llena de copas, tazas de café y bandejas de petits fours. ¡Y tiene que quedar todo limpio para el día siguiente!. Mi jefe y yo ni nos hablamos: él poniendo máquinas lavavajillas y yo montando mesas tan rápida que ni Fernando Alonso podría alcanzarme. Acabamos de hacer todo el trabajo, me cambio de ropa, miro el reloj y veo que las manecillas están casi en ángulo recto: ¡las 3 de la mañana! Cierro la puerta tras de mí, entro en mi coche y me voy camino a casa, donde al llegar me siento en la cama destrozada escuchando las 3 campanadas de la iglesia que tengo frente a mi dormitorio y que me indican que sólo tengo 5 horas y cuarto para recuperarme y empezar otro día en mi querido restaurante. ¡Aiiinnnsss!
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