martes, 7 de febrero de 2012

Capítulo 2: ¡Ay, la delicada tercera edad!

Para narrar esta historia debo retroceder una década en mis recuerdos. Hacía poco que el restaurante estaba abierto y para la gente de la comarca éramos unos auténticos desconocidos. Cuando un cliente traspasaba la puerta era una celebración, y cuando se nos presentaba la oportunidad de servir alguna mesa grande, la alegría flotaba en el ambiente. Hacíamos lo que hiciera falta para no perder la ocasión de servir a un mayor número de personas, aun siendo el local de dimensiones bastante reducidas. Y así, con esa disponibilidad a amoldarnos a cualquier situación, os propongo que viajemos al verano del 2002.

Dicho verano acudió un caballero (conocido columnista semanal en uno de los diarios de la comarca) a preguntarnos si podía reservar una mesa para 15 personas. Si habéis leído mi anterior capítulo, sabréis que las mesas actualmente son de 1mx1m pero, en aquellos momentos, éstas eran más pequeñas, con lo cual colocar dicha cantidad de comensales no era tan complicado como ahora.
Nos comentó que quería celebrar el aniversario de sus padres y nos pidió, si era posible, un menú de degustación. El jefe aceptó, dando como única condición que la bebida fuera aparte del precio del menú. El caballero nos comentó que todos los presentes, a excepción de él mismo, eran gente de edad (el más joven rondaba los 72 años), con lo cual el consumo de alcohol sería mínimo. Además nos indicó que, debido a este hecho, la celebración no se alargaría mucho porque la mayoría estaban acostumbrados a comer pronto y a retirarse a descansar tras una buena comida. Nos pidió además, como favor especial a la fecha, que le confeccionáramos un pastel distinto de todos los que ofrecemos en nuestro carro de postres y nos indicó, a su vez, que pusiéramos las 73 velas encendidas correspondientes al cumpleaños de sus padres. Para no perder la ocasión de trabajo, mi jefe accedió a TODAS las condiciones… incluso la de la bebida.

Y llegó el día: sábado al mediodía y el restaurante preparado y reservado al completo para la ocasión. La puerta se abre y aparece el caballero de la reserva con 14 “viejetes” (lo escribo con todo el cariño) que llevan una sonrisa de oreja a oreja, mirándolo todo como si estuviesen en una gira turística. Llega el homenajeado y, dirigiéndose a mi persona, me pide una copa de cava para cada uno de los comensales: mi jefe empieza a sospechar.

Después de servir el cava (con cierta dificultad porque los 15 siguen dando vueltas por el local, hablando y riendo) toman asiento y piden la primera botella de vino que se convierte en 2 debido al número de personas. Y empieza la celebración....voy sirviendo los platos y a cada plato servido voy viendo que las copas se van vaciando mucho más deprisa de lo normal: ¿tendrá un agujerito cada pieza de la vajilla? ¿Los comensales son esponjas alienígenas con aspecto de personas de la tercera edad? ¿Mi miopía se acelera a pasos agigantados y veo tan borroso que creo que en cada copa ya no hay líquido?
¡NO! Nada de eso. Lo que sucede es que LOS VIEJETES SE LO ESTAN PASANDO BOMBA Y BEBEN… Y BEBEN… Y BEBEN PARA CELEBRARLO.  Mi jefe está dándose golpes de cabeza contra la pared de la cocina porque antes de los postres ya se habían bebido 14 botellas de vino....SÍ, no habéis leído mal: repito, ¡14 BOTELLAS DE VINO! (del agua no hablo porque ¿para qué hablar de ese líquido transparente que tan sólo calma la sed?). Y, entonces, llega el postre: ¡que vaya fluyendo el cava, amigos!

Y la pregunta que surge ahora es: ¿Cómo se beben 15 viejetes, que tendrían que estar hace tiempo haciendo la siesta, 14 botellas de vino más las varias de cava? Pues justo SIN eso, SIN su supuesta siesta.... porque el reloj ya marca las 6 de la tarde pasadas y nosotros volvemos a abrir a las 8.

De nuevo, ¡QUÉ BONITO ES TRABAJAR EN UN RESTAURANTE!

Con mucha amabilidad, hablamos con el caballero que nos había reservado la mesa para decirle que en menos de un par de horas debíamos abrir el restaurante de nuevo y que, para ello, teníamos que limpiar y dejarlo todo correcto para el servicio de la noche y que eso nos suponía un tiempo. Entendida la indirecta, nos pidió la cuenta.

Después de pagar, todos los presentes se levantaron de sus sillas, ahora ya, no con una sonrisa que iba de oreja a oreja, sino con una que les rodeaba la cabeza mientras intentaban caminar en línea recta (digo intentaban porque salían de dos en dos agarrados unos a otros) dirigiéndose a la puerta de salida.

El homenajeado se dirigió hacia mi jefe (que tenía una cara indescriptible al sentirse como aquel burro que además de serlo lo han apaleado) y en un lenguaje ininteligible, ya que su lengua iba a un ritmo distinto al del resto del cuerpo (supongo yo que era por la tasa de alcohol en sangre), le comentó lo bien que había comido en su celebración, junto con su mujer, sin darse cuenta de que la punta derecha de su camisa le salía del pantalón y la izquierda sobresalía, cuál pajarito de un reloj de cuco, por la cremallera abierta de ese mismo pantalón, haciendo que esa imagen quedara grabada en mi retina y mi mente durante mucho, mucho tiempo.

Y así finaliza este segundo capítulo dedicado a la delicada tercera edad. Y yo me digo a mí misma: ¡OJALÁ PUEDA LLEGAR  A SER TAN DELICADA ALGÚN DIA!

1 comentario:

  1. Las cosas cambian y los vejetes de antes ya no son lo que eran. Familiares míos de 70 castañas son de todo menos ancianos. Viven estupendamente, comen y beben lo que quieren y dan paseos para bajarlo. SU salud es realmente buena. En grupos pueden ser la bomba!! La siguiente negociación de tu jefe debió cambiar mucho :-)

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