martes, 28 de febrero de 2012

Capítulo 3: Mujer sucumbiendo a un ataque de nervios

Nos trasladamos esta vez a Barcelona y a un tiempo ya remoto. El restaurante de allí era más… “de batalla”: menús, carnes a la brasa, calçots (típica cebolla catalana, de sabor dulzón,  que se come con una salsa llamada “romesco”y  preparada con almendras, avellanas y tomate)  y unos platos no tan elaborados, aunque no por ello, menos deliciosos.

            Allí estaba yo, un mediodía cualquiera de un día laborable impreciso de mi vida, esperando a que llegaran los clientes, los cuales, como es lógico entre semana, fueron llegando unos tras otros en un intervalo de tiempo relativamente corto. En aquella época, yo solita llevaba el comedor entero (unas 36 plazas más o menos) o sea que cuando empiezas a ver lo que se te avecina, tu ritmo cardíaco empieza a acelerarse. Tomas nota lo más rápido que puedes, caminas cada vez más deprisa, tus ojos se mueven a la velocidad de la luz para controlar qué mesa crees que debe tener prioridad, etc: los 5 sentidos alerta para que todo vaya bien. Pero, de repente  notas algo raro…
¡MIS PIERNAS! Mis piernas empiezan a adelgazar y a estirarse.
¡MI CUELLO! Mi cuello se alarga desmesuradamente.
¡MIS BRAZOS! Mis brazos desaparecen para dar paso a unas plumas frondosas y de color azul.
¡MI VOZ! Mi boca ya no pronuncia sonidos humanos, si no una única, aguda  y repetitiva sílaba…PIP-PIP, PIP-PIP.
¿Qué pasa? ¿Qué me sucede? ¿Soy un pájaro? ¿Soy un avión? ¡NO! Me he convertido en…¡ el Correcaminos! Y mi enemigo no es un coyote, mi enemigo es de mi especie, natural y original: mi enemigo son…los clientes. Corro por todo el comedor  a la señal inequívoca del “Nena, Nena” (por cierto, palabrita que he llegado a ODIAR profundamente y que me pone los nervios de punta) y respondo a las manos alzadas, cual profesor en su clase llena de ávidos alumnos que desean aprender.

Pero todo anda demasiado bien y eso no es bueno, algo tiene que pasar y, como no, pasa: en uno de mis airosos andares, las tostadas de pan de payés recién hechas que llevo en un plato, inexplicablemente, toman la misma dirección que yo pero sentido opuesto y, cual 2 objetos volantes SÍ identificados, se precipitan contra el suelo en caída libre, sin frenos ni airbag, dejando el plato vacío ante la mirada atónita de los comensales. Primer obstáculo que me hace volver atrás. Parece una tontería pero ese simple hecho puede romper el ritmo establecido en tu mente y a partir de entonces todo sale mal, todo se descontrola. 
Pero, sin saber cómo, consigues recuperar el ritmo: segundos platos por pasar, postres por preparar y las primeras mesas te piden el café. La adrenalina ya no corre por mis venas, sino que ahora baña todo mi ser: el corazón late a bastantes más revoluciones de las que tendría que latir y, de nuevo, otro pequeño cortocircuito; pero esta vez es más grave, porque lo que sale disparado no es pan, es un cortado: la taza y su contenido vuelan en una milésima fracción de segundo y ahí, ahora sí, ya todo se va al garete. Ya no es una simple taza, es más, es mucho más, es tu equilibrio emocional. Lo quieres lanzar todo contra la pared, quieres gritar para dejar salir, en forma de sapos y culebras, toda la rabia contenida en tu interior...pero no puedes. Sólo puedes parar, respirar hondo, bajar la mirada hacia el suelo y, delante de un silencio sepulcral y ensordecedor de tu enemigo, caer rendida ante las circunstancias y llorar.
Ya no hay alas, mis piernas vuelven a ser normales y mi cuello vuelve a su posición natural: vuelvo a ser humana. Pasas de 100 a 0 en un  microsegundo y te sientes vencida y derrotada pero no por ello muerta y continúas con el mocho, intentando solucionar en el menor tiempo posible la situación: las lágrimas ayudan a ello. Y continúo pasando platos, con ellas saliendo de mis ojos y muriendo en mis labios. Ya no sonrío, ni hablo, sólo camino y lloro y escucho a los clientes más conocidos darme ánimos: “Venga, que ya se acaba” y lo único que sale de mi boca es “Ya no puedo más

            En pocos minutos recupero el control de mis lagrimales, o eso creo. En ese momento entran dos clientes más, dos muchachos que no saben nada de lo ocurrido y les hago pasar. Cojo el menú y me acerco a ellos. Empiezo mi discurso: “Hola, buenas tardes”(empiezo bien) “os tengo que comunicar…” (Ayyy Dios Ayyy Dios ¡que no acabo! Noto las lágrimas a punto de saltar y los chicos mirándome) “que… (¡NOO, empiezo a llorar de nuevo! y ellos mirándome con los ojos desorbitados) “…se ha acabado el churrasco” (y esto lo tenéis que leer como si estuvieséis viendo un capítulo de Mafalda en el que estuviese llorando a lágrima viva). Sin mediar palabra y viendo la cara de anonadados de ambos chicos salgo corriendo hacia el almacén que se encuentra a unos metros, me cierro en él y empiezo a hiperventilar y a darme aire con las manos: “Para, para de una vez, Joder. Tranquila, tranquila” me digo y en menos de 1 minuto voy a los chicos, los cuales no sabiendo si reír o qué hacer, me contestan: “ Tranquila por el churrasco, no pasa nada…ya comeremos merluza”… y ahí, empiezo a reír…¡pobres chavalitos! Seguro que debían pensar: “Madre mía con la camarera, sí que le afecta que se haya terminado el churrasco. El día que se acabe el entrecotte la ingresan en el Clínico en estado de coma

            Poco a poco los clientes abandonan el local y todo vuelve a la normalidad. Al final, todo acabó en un simple ataque de nervios, el más emotivo y acuoso de toda mi carrera. Hay veces que por mucho que se intenten hacer las cosas bien, el destino y la ley de Murphy pueden más que tu fuerza, ¿no creéis?

1 comentario:

  1. divertidísimo el episodio de las tostadas, el cortado y el churrasco, y con mucha gracia contado
    saludos blogueros

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